sábado, 18 de noviembre de 2017

Aquella historia, mi historia.

Es aquella historia que nunca conté, la misma que hoy perturba mis sueños. Es ese matiz imperfecto de los diamantes pulidos el que ahora me araña la piel. Y el cielo anaranjado deja paso a luna de lobos. Y las nubes tétricas hoy inspiran ganas de más. Y la noche se cierra y aquella historia que no conté regresa a casa, y duerme conmigo. El calor de su compañía es agradable, al principio. Después agobia, asfixia, pero sigo respirando. Me arden los pulmones pero no duele, más bien todo lo contrario. No es odio, no es rabia. Son ganas, es impulso.
Y el sol me da los buenos días y mi vieja compañera madruga de mi mano, me acompaña camuflada entre las sombras de mis pasos. Voy dejando el miedo oculto en las esquinas y me agarro a la alegría del despertar una mañana cualquiera. Y en el puño llevo prietos los secretos que son míos y de nadie más, todos esos detalles entre líneas que no se perciben desde ningunos ojos que no sean los míos. Y en el anillo, camuflado, el diamante mal pulido, que me araña la piel y me recuerda que estoy viva. Y enganchado al alma llevo el atardecer, y el rosado de las nubes cuando el horizonte se alza para apagarnos la luz.
Es la oscuridad de una noche sin estrellas, y es entonces cuando la historia regresa conmigo, me da la mano. Y continúo caminando por esa calle solitaria con la noche cerrada sobre mí. Y mantengo los puños prietos y el cuerpo alerta. Y disfruto del paseo. Y soy feliz.
Vieja amiga, tú eres yo, todo aquello que soy y lo que seré. El secreto que guardo bajo llave, la clave para ser yo y nadie más.
Y vuelves en la noche.
Y duermes conmigo.

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