viernes, 8 de octubre de 2021

Soplos de aire fresco.

Se me agolpan las emociones. Hace tanto tiempo que no recurro a mi misma en este lugar que creo que me perdí en el camino de regreso. 
Me dejo llevar. Como las hojas caídas, que vuelan impulsadas por las ráfagas de viento que abrazan el otoño y que, frías y arremolinadas, nos avisan de la llegada del invierno.
Siento el frío. Quizás mi alma es demasiado acalorada para sostenerse entre los rayos del sol en agosto. Quizás por eso, cuando se me congelan los huesos, es cuando realmente siento paz. 
Porque a mí me dan vida los días grises, las tormentas, las madrugadas de relámpagos y las estrellas fugaces. Porque a mí me acogen la noche y el frío. Mi fuerza despierta cuando el mundo se apacigua, la vida se frena y el planeta duerme. 
El huracán en el pecho. La piel erizada. Los sueños al límite y la música a todo volumen. El vértigo de las grandes decisiones, y el de las pequeñas. La ilusión por las pequeñas cosas... Tal vez un libro, un lugar, una canción. Los caminantes que toman un desvío hacia tu vida para acompañarte en el proceso mismo de vivir, únicamente porque valoran tu compañía al andar, y los otros tantos senderos que elegí tomar, apartando el mío un ratito, para aprender y acompañar a quien así lo necesitara.
No se trata de llegar a la meta, se trata de lograr por el camino. No hay final marcado ni punto de partida claro, solo tú y tus pasos. Tu manera de crecer, de cambiar, de sentir. Es así como uno lucha por sus sueños, teniendo claro siempre que no hay trofeo que merezca la pena si no se ha disfrutado del proceso.
Mi inspiración haciendo de las suyas a las cuatro de la mañana. 
Bonita madrugada.

miércoles, 27 de enero de 2021

Gracias, Valeria.

Escribí esto hace más de un año (en enero de 2021, ni más ni menos) y, ahora que vuelvo a leerlo, no sé porqué nunca lo publiqué. Me he transportado a ese momento con mis propias palabras y he sentido la emoción que sentí cuando las escribí. Así que lo voy a dejar por aquí para recordarme a mi misma un par de cosas que sé que antes o después volveré a necesitar.



Qué cosas pasan, ¿verdad?
Hasta hace unas semanas había olvidado casi por completo mi faceta artística. No recordaba lo mucho que me gusta pintar, lo llena que me siento al escribir y lo feliz que me hace cantar. 
Bueno, sí lo recordaba, pero no me había querido parar a pensarlo, porque eso supondría intentar entender porqué dejé de hacerlo todo de golpe y porrazo.
Una de las cosas que más disfruto hacer en el mundo es leer. Tengo decenas de libros que me han llevado a otros universos, que han creado historias en mi cabeza que conseguían sacarme de la oscuridad cuando me sumía en ella. A día de hoy soy capaz de recordar casi todas las historias que he leído, y las recuerdo mejor que muchos momentos de mi vida. 
Hace unas semanas, volví a leer. Había dejado a medias la saga de "En los zapatos de Valeria" de Elísabet Benanent, y debo decir que fue ella, Valeria, quien consiguió encender en mi una llama que yo había apagado inconscientemente. 
Valeria es escritora y, aunque ella no se de cuenta, es realmente buena. 
Me imaginé a Beta sentada en cualquier cafetería haciendo exactamente lo mismo que estoy haciendo yo, sentarse frente al ordenador e intentar coger todas esas ideas locas que rondaban su cabeza para darles forma. Me imaginé a esa escritora que no sabía si aquello que estaba haciendo serviría para algo, si su proyecto saldría bien y podría publicar la novela. Y al mismo tiempo me imaginaba a Valeria, volviéndose loca con su destartalada vida personal mientras la presión de la editorial y su propia cabecita le hacen dudar de si no sería mejor idea buscar un trabajo "real". 
Sentí que cada emoción que Valeria transitaba era una narración consciente de lo que mi querida Coqueta ha sentido alguna vez. Y me di cuenta de que, a pesar de la inseguridad que transmiten esos momentos de duda entre nuestras queridas escritoras, son sensaciones que acaban empujándolas a perseguir sus sueños. 
Así que ahí estaba yo, con "Valeria al desnudo" entre mis manos y planteándome seriamente qué leches iba a hacer con mi vida ahora que había visto lo feliz que me haría compartir profesión con ellas.
No sé cuál será mi destino. Por no saber, no sé qué narices voy a cenar hoy. Pero hay algo que si sé, y es que, al menos, voy a intentarlo. 
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