Me gusta que el mundo nunca deje de girar, de sorprenderme. Cada día que
pasa me voy dando más cuenta de que vivimos en un lugar en el que todo a
nuestro alrededor cambia constantemente, la gente que nos rodea crece,
experimenta y vive, moldeando así su forma de ser y adaptándose a cada momento.
Las cosas cambian de sitio, añadimos cosas nuevas y vamos tirando aquello que
ya no es útil o que está demasiado anticuado. Pero no nos damos cuenta de lo
mal acostumbradas que estamos las personas. Queremos que el mundo siga girando,
siga avanzando, pero no queremos salir de ese maravilloso halo de seguridad que
nos rodea. Intentamos tener una vida rutinaria y alegre en un lugar cambiante e
inestable, y lo peor es que no sabemos valorar esos cambios maravillosos.
Hace poco comprendí que lo bueno de la vida es aprender a apreciar lo que
se nos regala cada día, esos momentos pasajeros que no se repiten pero que nos
marcan. Y no se repiten porque, por suerte, el mundo sigue girando.
No quiero que esto cambie nunca. No quiero que la vida se convierta en algo
monótono y aburrido, en algo sencillo. Me gustan las dificultades porque me
gusta enfrentarme a ellas y no quiero dejar de hacerlo. Creo que es por todas
esas complicaciones y esas decisiones por lo que las personas nos vamos
convirtiendo en lo que somos, y estoy agradecida de ser como soy.
Quiero seguir teniendo que enfrentarme a situaciones dolorosas y
complicadas, y quiero seguir luchando por salir de ellas, porque al final es
eso lo que le da sentido a la vida, la capacidad de las personas de superar
aquello que cueste esfuerzo.
Me he acostumbrado a mirar el lado bueno de las cosas y, como dice uno de
mis cantantes favoritos: "El color del traje que visten los días, lo
elige siempre la pena si no buscas la alegría."
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