Al mirar la imagen me he dado cuenta de que amaría vivir en un lugar como ese.
Tuve la misma sensación cuando leí un libro de los que, a día de hoy, puedo afirmar que forma parte de mis favoritos. "El día de dejó de nevar en Alaska" de Alice Kellen, una autora que me fascina.
Ese libro maravilloso, que no solo me enamoró por su historia, si no por el lugar increíble que describe.
Sé que muchos pensarán que querer vivir en Alaska es una locura, y yo debo admitir que no sé si sería capaz de vivir allí toda la vida, pero si sería un sueño poder pasar una temporada respirando ese aire tan frío y tan puro.
Hoy soy consciente de que no necesitaría mucho más en la vida, una casita acogedora, calentita, con enormes ventanales a través de los cuales poder ver el amanecer entre los imponentes árboles congelados. Yo no quiero un pisito en la playa para poder ir de vacaciones, quiero una casita en un pueblo pequeñito, en un bosque infinito, con gente cercana y una cafetería en la que poder tomarme algo calentito, trabajar con mi ordenador en cualquier locura que se me ocurra y disfrutar de las vistas.
Ni más, ni menos.
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