sábado, 9 de enero de 2016

Siempre ella.

"Tomó velocidad. Solo tendría una única oportunidad de saltar y ni si quiera estaba seguro de ser capaz de llegar al otro lado, pero tenía que intentarlo... Por sí mismo, por ella. Apenas le quedaban unos metros para llegar al borde de aquel abismo que la tierra había decidido abrir entre ambos sin haber podido evitarlo de ninguna de las maneras. Pasó de repente, el mundo se volvió loco, todo empezó a temblar, casi tanto como lo hacían sus piernas en ese mismo instante. No sería capaz, se iba a desmallar y ella se iba a quedar sola al otro lado, viendo cómo él se desplomaba y hacía que desapareciera el más mínimo ápice de esperanza. No, ni de coña iba a dejarla sola.
Se detuvo, respiró profundamente sacando fuerzas de flaqueza y retrocedió cuanto pudo para coger más impulso. Llegaría al otro lado, seguro.
Y empezó a correr, esta vez no le temblaban las piernas, ahora cada paso era incluso más firme que el anterior. Cuando estaba a punto de llegar al borde, el miedo intentó invadir su cuerpo pero apretó aún más en la carrera, tomó impulso y saltó.
Notó como su cuerpo caía, pero no entraba en contacto con el suelo, seguía cayendo... Una ráfaga de pánico recorrió su espina dorsal consiguiendo en él un acto reflejo que hizo que se agarrara a los salientes de la pared de aquel abismo cuyo fondo parecía inexistente. Trepó a ciegas, pues sus ojos ardían a causa del polvo que había entrado en ellos. Alcanzó el borde, y apunto estuvo de caer de nuevo cuando alguien le agarró del brazo y tiró hacia arriba con fuerza.
El asfalto estaba caliente y quemaba su piel sensibilizada, pero era mejor que el vacío, que la nada en la que había caído y de la que lo habían salvado. Alguien lavó sus ojos, aunque no con demasiado cuidado, pero consiguiendo aliviar la quemazón, y cuando los abrió..."
Ahí estaba ella. Siempre ella.
Estaba preciosa y tranquila. Dormía plácidamente a su lado, en esa enorme cama que se le había antojado porque decía que salía en todas las películas. Pasarían los años y él seguiría gozando del placer que suponía observarla mientras dormía. Quería pasar el resto de su vida al lado de esa preciosa mujer, esa que había curado sus ojos en aquella horrible pesadilla, esa que dormía a su lado cada noche y con la que despertaba cada mañana. Y sabía que estaría enamorado el resto de su vida porque, para él, nunca hubo otra. Jamás.
Para él, siempre fue ella.
Siempre ella.

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