Recuerdo aquellos momentos en los que el único consuelo que hallaba mi corazón malherido era escribir largo y tendido a un amor que jamás fue correspondido. Un amor doloroso, un amor eterno que nunca dejará de ser amor, pero sí dejará de ser doloroso... De hecho, ya no lo es, ya no duele.
Ahora vienen a mi cabeza todos aquellos silencios pensativos, todos aquellos llantos compartidos y otros tantos que guardé para mí. Almohada, mi fiel compañera, creadora de sueños, cómplice de agonías, y captadora de consuelos.
Aún puedo sentir el ardor de mis mejillas y el escozor en los ojos y, si me concentro mucho, recuerdo el dolor. Recuerdo las punzadas en el pecho, la rabia, el odio, la pena. Y recordando me doy cuenta de que estuve a punto de volverme loca, si es que no lo estaba ya. La tortura silenciosa que causan los sentimientos incomprendidos resulta mucho peor que cualquier golpe.
Pero todo cesa. Dejé de compadecerme de mi desgracia para empezar a valorar todo eso que tiré por la borda en alta mar. Regresé al lugar exacto donde perdí lo bueno que tenía mi vida y me esforcé día y noche por recuperarlo. Me costó tanto... Tardé tanto en volver a caminar que aún no sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo hice. Cuatro largos años buscando y encontrando, poco a poco, pedazos de mi felicidad, la misma felicidad que me arrancaron de cuajo y que destrozaron con una simple sonrisa. Y pensándolo fríamente ya no sé si fueron cuatro años, o tres, o cinco...
Ahora miro atrás y me doy cuenta de que nada vale más que el amor propio, y que éste es importante a la par que peligroso, pues en exceso es molesto y absurdo, pero si escasea es necesario. Creo que es una de las lecciones más importantes que he aprendido en la vida: "La felicidad empieza por quererse a uno mismo, siempre y cuando sea en la medida justa."
Quiérete lo suficiente como para valorarte en los momentos necesarios, para no dejar que nada ni nadie te dañe si no lo mereces, pero no llegues a quererte tanto como para que se te olvide lo que es querer a los demás.
Y es que el dolor es causado por personas que se quieren demasiado, y quienes sufren son aquellos que se quieren demasiado poco.