jueves, 17 de diciembre de 2015

Diciembre.

Bajo la mirada al escuchar el crujir de la gruesa capa de nieve bajo mis botas. Apenas diviso las puntas de los pies porque la chaqueta, el gorro y la bufanda me impiden bajar más la cabeza sin morir asfixiada entre tela. El frío de la calle me congela la nariz pero se respira un aire puro y fresco que me encanta. Debe de haber unos quince centímetros de nieve en el suelo. Atravieso el jardín delantero y abro el cerrojo de la valla, aunque no sin cierta dificultad, esta congelado y los guantes hacen que mis dedos resbalen con el metal del pestillo.
Los nuevos vecinos han salido a jugar. Parece que el pequeño Thomas se lo está pasando en grande, aunque cuesta verle la cara. Esa chaqueta le viene muy grande y hace que, en comparación con el resto del cuerpo, sus manitas parezcan microscópicas, pero está para comérselo. ¿Cómo pueden crecer los niños a esa velocidad? Hace dos semanas apenas gateaba...
Su padre se ha tirado al suelo y está haciendo un ángel de nieve, imagino que para llamar su atención, pero es inútil, el crío ha decidido que es más divertido hundir el bracito en la nieve para comprobar si el suelo sigue ahí debajo. Ella está sentada a su lado, sujetando a su pequeño para que no pierda el equilibrio y se caiga de boca. Me encanta esa familia, pero falta él.
Entonces me doy cuenta de que lleva un rato asomado a la ventana de su cuarto. Y, cómo no, con la cámara de fotos en la mano. Suelo verlo sacando fotos a todo tipo de objetos y lugares, bueno, y a todo tipo de personas. Nunca entenderé porqué lo hace, de echo ni si quiera sé si es legal fotografiar a la gente sin pedir permiso, pero hasta ahora no se ha quejado nadie, y no seré yo la primera.
En más de una ocasión me he percatado de que esa cámara me estaba apuntando a mi, he visto de reojo como calibraba el objetivo, enfocando la imagen para captar a la perfección aquello que le hubiera llamado la atención. Y ahora vuelvo a ser el objetivo.
Mantengo la mirada fija en la ventana, quiero que sepa que soy consciente de lo que está haciendo. Entonces levanta la mirada por encima de la cámara y se cruzan sus ojos con los míos. No, no sé para qué quiere todas esas fotos pero no tiene pinta de pervertido, en clase es un chico de lo más normal, así que no pienso quejarme, además, creo que sólo es consciente de que existo cuando ve algo en mí digno de fotografiar, pero es mejor que nada.
-Hola, cielo. ¿Que tal está tu madre?
-Hola, Helena. Ya está mucho mejor, aunque sigue metida en la cama. En un par de días estará bien.
-Me alegro mucho. Luego me pasaré por tu casa para charlar un ratito con ella.
-Buena idea, seguro que le hace ilusión.
Veo que Thomas me mira y yo le saco la lengua. Esa alegría tan sincera hace que me ponga blandita, adoro a los niños. Me dispongo a despedirme cuando se abre la puerta y sale él. Está tan guapo como siempre, o más. Sonríe al verme y menea la cámara en un gesto que, a mi parecer, significa algo como "te he hecho unas cuantas, ¿vale?", así que le devuelvo la sonrisa y asiento como una idiota.
-David, ¿piensas soltar esa cámara algún día de tu vida?
-No, papá. Culpa tuya, si no me la hubieras regalado...
-Si no fueras tan plasta otro gallo cantaría.
-Deja al chico tranquilo, que para eso se la compramos.
Me siento totalmente fuera de lugar. Es una conversación familiar y yo estoy aquí plantada, embobada con lo guapo que es mi nuevo vecino y mi compañero de clase. Mejor me voy, no pinto nada aquí. Me despido y echo a andar. La música de mis cascos camufla cualquier sonido exterior, por lo que pego un brinco al notar una mano en la espalda.
-Perdona, no quería asustarte.
-Pues para no querer lo has hecho muy bien... -Quita esa estúpida sonrisa Hanna, por favor.
-Ya veo. Es que te estaba llamando pero no me escuchabas, deberías bajar el volumen de esa cosa, te vas a quedar sorda.
-¿Has venido corriendo para llamarme sorda?
-No, he venido para invitarte a comer. -¿DISCULPA? No es cierto, esto no está pasando- Mis padres se van con Thomas a ver a mis tíos, y no me apetece comer solo. ¿Te vienes?
"Por supuesto que si, si no me muero antes de un infarto, claro." No me lo puedo creer. Tengo que calmarme, solo somos amigos. Además, dudo que conozca a alguien más, no debería emocionarme. Me ha invitado porque, hasta ahora, yo soy su única amiga. No lleva ni una semana viviendo aquí, pero yo lo conozco desde hace un par de meses. Nos conocimos cuando vinieron a ver la casa y nuestros padres se hicieron muy amigos. Yo le he enseñado la ciudad, el instituto, todo. Pero tampoco quiero quitarme ese pequeño mérito porque, al fin y al cabo, me ha invitado a comer, ¿no?
Continúo mi camino y sus palabras aún rebotan en mi cabeza "Te veo a las dos en mi casa, no me falles. Ah, y hoy cocino yo, ya verás." Va a cocinar para mí. Va a cocinar... Eh, Hanna, vuelve a la vida real, ¿quieres? No es nada del otro mundo. Tengo que dejar de emocionarme que luego pasa lo que pasa, que la decepción es diez veces peor si tienes esperanzas.
A las dos estoy lista, me pongo el abrigo, cojo el bolso y salgo. Solo es cruzar la calle pero se me hace eterno. Cuando llego a la puerta escucho música en el interior y dudo de si será capaz de escuchar el timbre así que llamo un par de veces seguidas, por si acaso. Entonces la música deja de sonar, me pego más a la puerta y escucho pasos rápidos bajando la escalera que está justo delante de la puerta. Entonces me abre un David descalzo, sin camiseta y con el pelo empapado. Si esto no es un sueño, a mi me tienen que estar vacilando ¿dónde está la cámara oculta?
-¡Hola, Hanna! Pasa. Perdona, es que acabo de salir de la ducha. Voy a terminar de vestirme y bajo ¿vale?
Lo sigo con la mirada mientras sube la escalera, y cuando dobla la esquina permanezco inmóvil unos segundos, mirando el punto exacto en el que su mano ha rozado la pared. Que bien olía. Y que cuerpazo tiene... Bueno a ver, no es Channing Tatum, pero no necesita serlo. Es guapo, inteligente, amable y muy atractivo, ¿qué más se puede pedir? Decido ver la planta baja. A la derecha de la escalera hay un precioso salón lleno de fotos de Thomas y de otro niño que, por el parecido y la calidad de imagen, imagino que es David de pequeño. Al otro lado de la escalera hay un estrecho pasillo que tiene dos puertas, una es el baño y la otra es la cocina, que está unida a un enorme comedor. Nada más entrar me llega un olor delicioso, me pregunto si será la comida. No sé cómo sabrá, pero solo con olerlo se me abre el apetito, el cual me había dejado olvidado en la puerta al entrar, con los nervios se me cierra el estómago. Aún hay cajas desperdigadas por ahí, las mudanzas siempre son un jaleo. Vuelvo al salón para ver más detenidamente las fotos, y me paro a mirar una en concreto. En ella aparece David, con unos cuatro añitos, comiéndose un helado sentado en la playa. Tiene la cara y las manos completamente manchadas y sale muy sonriente. Está graciosísimo en esa foto.
-¿Te ríes de mi? -Dios mío, este chico me va a matar de un susto.
-Es una foto muy graciosa, estás monísimo.
-Era adorable... Los años pasan factura- A ti no, desde luego.
-Claro, abuelo. Está usted ya mayor y arrugado.
-A diferencia de ti, eso parece. Estás preciosa, Hanna -Me lo como. Juro por lo que sea que me lo como.
-Muchas gracias. Tú tampoco estás nada mal, David.
-Hanna...
-Dime.
-Creo que... Pues mira, que creo que voy a besarte.
-¡¿Cómo?!
-Que si, que te voy a besar.
No me da tiempo ni a pensar en lo que me ha dicho cuando ya estoy totalmente pegada a él. Con un brazo mantiene mi cintura adherida a su cuerpo y con el otro me sujeta el cuello, para que no pueda bajar la cabeza. Firme pero muy suave. Y nuestros labios mantienen una húmeda lucha, una lucha que no cesa, a ver quién besa mas fuerte, más profundo. Se mezclan nuestras lenguas, la saliva de los dos ahora es solo una. Y noto en mis párpados cerrados la luz intermitente que desprende el árbol de navidad. Es un momento mágico e increíble. Me encanta diciembre, pero más me gusta él.

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