Quién me iba a decir a mi que hoy estaría aquí. Sentada en el salón de la que lleva siendo mi casa poco más de cuatro días, escribiendo en el sillón, con mi música favorita de fondo mezclada con el viento y el canto de los pájaros.
Amanezco en un lugar en el que siempre hay alguien dándome los buenos días con una sonrisa, compartiendo momentos con gente que consiguió conquistarme en menos de diez minutos, desayunando al aire libre, con la montaña de frente y el valle tras de mí, y trabajando en uno de los que, estoy segura, será de mis lugares favoritos en el mundo.
He recibido la noticia de que en unos meses el paisaje será completamente diferente. Quizás no tan desconocido como lo era éste, pero con las mismas condiciones: sola.
Y no puedo ser más feliz.
A veces me asusta esta sensación. Creo que estoy transitando uno de los momentos más felices de mi vida y le agradezco al universo por darme algo tan grande y tan bonito como esto. De pronto mi mundo ha dado un giro de 360 grados y hoy me doy cuenta de que era justo eso lo que necesitaba.
Me da vértigo, por supuesto. No sé dónde llegaré ni qué me esperará después, pero que venga lo que tenga que venir. Mientras tanto me quedo con esta sensación.
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