miércoles, 21 de octubre de 2015

Os necesito.

Últimamente mi vida esta cambiando demasiado. He pasado de vivir en un chalet de dos pisos con patio y piscina en un pueblecito turístico perdido de la mano de Dios, a vivir en un bajo con un pequeño jardín en una de las muchas urbanizaciones que hay en este pueblo, con la belleza de sus calles de cuento y la novedad de los enormes bloques de pisos. Ahora ya no tomo cafés en la preciosa plaza de mi pueblo, viendo la iglesia, el teatro y la torre del reloj, ni salgo por las tardes a sentarme en el puente del castillo o en la calle del Jardín de la Condesa. Ahora ya no llamo a los timbres sabiendo que al otro lado de la puerta mis amigas terminan de prepararse para salir, ni puedo saludar a alguien conocido a cada diez pasos. Ahora si quiero un café tengo que investigar los bares perdidos de este pueblo hasta encontrar uno que me guste para tomar algo tranquila. Ahora "salir a dar una vuelta" es sinónimo de "vete sola y descubre rincones nuevos". Ya no llamo a los timbres porque no sé quien hay detrás de la puerta, ni saludo por la calle con demasiado entusiasmo pues no conozco a nadie lo suficiente como para hacer algo así.
Antes tenía una rutina muy distinta, salía por la mañana, iba al instituto y volvía a casa. Por la tarde íbamos a tomar un café, a la biblioteca, hablábamos de todo y de nada... Ahora no puedo hablar en plural. Ahora me levanto, estudio, me encargo de cuidar bien de mi sobrina (ya que me pagan por ello) y lo poco que salgo es para ir a una academia a estudiar más aún.
No es que no me guste, me encanta este sitio, la casa es muy bonita y en verdad me gusta pasear sola y descubrir rincones nuevos, pero ¿de qué me sirve descubrirlos si no tengo con quien compartirlos?
Las verdades hay que reconocerlas, no tengo amigos aquí, y me está costando encontrarlos. Echo de menos a mis amigas, a esas que vivían pegadas a mi, con las que compartía casi cada momento del día, a esas con las que hablaba todo el rato sabiendo que a la mañana siguiente podría abrazarlas todo lo fuerte que quisiera. No nos damos cuenta de la importancia de las personas que nos rodean hasta que, de algún modo, dejan de rodearnos. Y ahora, lejos de ese entorno en el que estaba todo lo que amaba y todo lo que odiaba, me he dado cuenta de que, aunque aquí aún no odie nada, preferiría odiarlo todo y tenerlas a ellas.
Extraño muchas cosas: a mi madre, a mi hermano, a mi perro, mi habitación, mi casa, mi calle, mi pueblo, mis amigos y mis no tan amigos. Extraño el Ruedo, la Plaza Mayor, el Parador, la Cultur y a Manolo. Echo de menos el instituto, a Gregorio, a los críos chillones, a mis niños y mis niñas, a los buenos profesores, a mis compañeros... Pero, a pesar de todas las cosas que he dejado atrás, lo que más echo de menos son sus caras de sueño a las ocho y veinticinco de la mañana, los abrazos sorpresa cuando notaban que estabas mal, y los abrazos cuando las hacía reír. Echo de menos a las únicas personas con las que podía desahogarme en cada momento, con sus tonterías, sus manías y sus cabreos, pero también con sus sonrisas, su apoyo y todo lo bonito que dan. Y las extraño tanto porque, a pesar de la distancia, siguen siendo ellas quienes me animan a seguir y quienes me dan vida. Si, vida.
Siempre he sabido lo afortunada que soy al tenerlas. Me siento grande, no, me siento enorme, porque ellas hacen que me sienta así. Sé que es todo demasiado pasteloso y tal, pero ahora las tengo lejos, ahora que no me dan la mano a cada paso, caminar es mucho más difícil. Cada obstáculo es mucho más alto.
Tenía la necesidad de decir todo esto, de valorar todo lo que han hecho y todo lo que siguen haciendo por mi. Necesito agradecerles tanto que diga lo que diga no será suficiente...
Me hacéis mucha falta.

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